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Monos vergonzosos

Monos vergonzosos

En toda juerga o celebración que incluya un baile, y muy especialmente en bodas y festejos populares, suele repetirse un pequeño ritual que provoca desazón entre los menos garbosos o más inseguros.

Hablamos de ese momento en el que tus compis forman un corrillo y jalean al primer intrépido que salta al centro a menearse. Este pionero suele ser el más ebrio del grupo pero no es raro que se le adelante algún motivado aprendiz de bachata o sevillanas.

Si ninguno de los anteriores es tu caso, quizá te empiece a latir más rápido la patata al ver la trampa mortal que se acaba de abrir delante de ti.

La idea de salir a dar espasmos y meter tripa bajo la atenta mirada de todos no te entusiasma pero ya es tarde para huir al baño. Mejor empieza a planear qué vas a hacer cuando llegue tu hora, porque no te vas a librar, el corrillo termina arrastrándolo todo como el remolino de un río. Algunos acaban en el centro por voluntad propia y la mayoría por presión social. No sirve de nada hacerse el remolón porque siempre llega un gracioso que te empuja al centro. Puedes resistirte y amenazar con partirle el brazo pero socialmente está mejor visto que te rindas y pases por el aro. Es hora de coger aire, cerrar los ojos y solventar la papeleta lo antes posible. Recuerda no venirte arriba si no sabes donde vas y cíñete a lo esencial: pasito lateral, brazos arriba, palmada y repetimos hacia el otro lado. Si esto te ha sonado a física cuántica limítate a las palmadas.

El miedo al ridículo es una rama de nuestro atávico miedo al rechazo social, un temor tan antiguo que ya nos acompañaba antes de que el hombre fuese hombre. Esta fobia a los papelones lleva con nosotros desde que los primeros homínidos empezaron a agruparse en comunidades. Hasta entonces nuestros ancestros sabían que tropezar de morros contra el suelo no era cosa buena pero ahora descubrieron que tropezar de morros contra el suelo era cosa peor si te veía hasta el último mono de la cueva.

Te dolía algo más que los morros. 

Cuando empezamos a vernos a través de los demás descubrimos la vergüenza.

Esa emoción amarga y punzante que nos embarga cuando creemos que nuestros errores y defectos pueden provocar rechazo en los demás. La vergüenza nos incita a esconder nuestros fallos y en dosis altas nos difumina tanto que nos borra. También nos hace ponernos la venda antes de la herida de manera desproporcionada. Nos vendemos mal para amortiguar las posibles críticas.

Antes de que nos juzguen los demás nos juzgamos nosotros. Y ya sabes quien es tu peor juez. 

Cuando leemos o escuchamos expresiones como “dinámica de grupo” o “experiencia colectiva” nos asalta ese instintivo miedo a vernos expuestos.

Por eso queríamos tranquilizarte.

No te vamos a decir que sea fácil enfrentarse a algo tan ancestral como el miedo a exponernos ante los demás. Te vamos a decir que en TÀLEM no tienes que preocuparte por eso.

En nuestros talleres (DESPERTAR, AIRE, TERRA, ORIGEN)  respetamos profundamente tus decisiones personales, faltaría más. Aquí no tienes que mostrar ni demostrar nada. Solo estar y sentir.

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